lunes, 23 de febrero de 2009

Jornada laboral con internet a medias


Mi primer rinconcito en la redacción de El Caribe.

Estaba muy emocionada por volver a empezar a laborar en mi antiguo trabajo, después de más de un año fuera, por decisión propia. Había presentado mi renuncia para dedicarme a estudiar un máster en España.
La emoción se debía más por el recibimiento que me dieron mis compañeros cuando fui a visitarlos a tan sólo unos días de mi regreso al país.
Mi primer día de reintegración a la faena iba de maravillas hasta que encendí el ordenador y empecé a navegar por Internet. Vaya sorpresa me llevo cuando trato de iniciar sesión en Messenger y no puedo, lo desactivaron.
Luego, trato de poner una musiquita en Youtube para alegrarme un poco la jornada. Eso se quedó en un mero deseo, pues desactivaron el flashplayer y no se puede ver nada en esta página. Tampoco puedo revisar mi cuenta en Hi5 ni Facebook.
Pregunto alarmada a mi vecina de escritorio qué es lo que pasa, me confirma que los chicos de Tecnología desactivaron todas esas herramientas.
De acuerdo a mi compañera, los de Tecnología aseguran que quieren evitar que entren virus en las computadoras. A mí me late que la empresa pretende optimizar la productividad de sus empleados.
Aunque las páginas que cito suenen a "páginas personales" para "chateos personales" la verdad es que me sirven también para "chateos laborales". Por ejemplo, para comunicarme con mis colegas de otras redacciones de forma rápida y efectiva, sin tener que marcar números de teléfonos, hablar con una secretaria o tener que escuchar una contestadora automática que me hace perder un montón de tiempo hasta que descubro cuál es la extensión a la que me quiero comunicar.
Un estudio de la consultora Domeus (plataforma de servicios gratuitos de comunicación para grupos en Europa y en lengua española) refleja que un 74% de los trabajadores con correo electrónico en el puesto laboral utilizan este sistema para enviar y recibir correos privados. La navegación por páginas web también supone una pérdida importante de horas de trabajo.
Según los resultados del estudio, la abrumadora mayoría (91,1%) de los empleados defiende su derecho a realizar uso privado del correo de la empresa, aunque admite que con moderación (75,2%). El 72% cree que la empresa no tiene derecho a inspeccionar su correo electrónico.
El tiempo de navegación privada en el trabajo se dedica, sobre todo, a consultar cuentas de correo en páginas web (37,7%) e información de actualidad (22,9%). Un 6,7% consulta sobre vacaciones y viajes, un 2,3% se ocupa de sus inversiones privadas y un 6,3% busca páginas de sexo. De estos, el 91,3% son hombres.
La empresa Pro Active Internacional, con presencia en 15 países europeos, realizó un estudio que revela que 23% del tiempo de conexión a Internet en el trabajo se dedica a fines privados, lo cual disminuye las horas que se deberían dedicar a las tareas habituales.
En estos tiempos, en las tareas periodísticas el internet es una herramienta tan importante como el lápiz y el papel o la grabadora.
Es cierto que muchas veces nos hace "perder" tiempo en asuntos personales, pero si se sabe usar con criterio nos ayuda a desempeñar un trabajo más eficiente.
Si de malgastar tiempo se trata, hay muchas formas y no creo que la que más perjudica sea el internet.
Qué me dicen de los minutos que sacan algunos repetidas veces para fumarse un cigarrito, o el que apartamos para tomarnos un café de la forma más distendida imaginable. También están las tertulias improvisadas con las chicas de departamentos vecinos para chismear sobre el tema del día.
Entonces, ¿Cómo pretende esta gente que yo trabaje en una empresa de comunicación sin estar comunicada?

Aquí entre nos ;) Twitter, googletalk, webmessenger... siempre hay que tener un as bajo la manga.

sábado, 14 de febrero de 2009

Amor, amor, amor

Confieso que el amor tocó a mi puerta a los catorce años. Los pasillos del colegio fueron testigos. Era amor verdadero. No puedo explicar cómo lo sé, hay que sentirlo para descubrir el significado de ese sentimiento porque no hay palabras que lo expresen.
No sé si él lo supo. La verdad es que nunca tuve el valor de decírselo de frente. Aunque pensándolo bien, segurísimo que se dio cuenta. Se me notaba en cada paso, en cada mirada, en cada gesto.
Lamentablemente, justo al término del bachillerato llegó el final de mis días felices de amor. La vida me lo quitó sin dármelo.
Por un momento piensas que el sentido de vivir se aleja también. Sin embargo, el amor no es egoista, sino, impredecible: te quita y te da viene cuando quiere y cuando se cansa se va.
Cuando la historia termina pensamos que enamorarse no ocurrirá otra vez o que no encontraremos una pareja como la perdida. Que va, todo eso es metira ¡yo lo sé!
Porque luego de los catorce, llegaron los quince, los dieciséis, los diecisites y otros años más. Con ellos, nuevos amores y otras experiencias cada vez más superiores.
Algunas no como quería, otras mejor de lo que esperaba, en algunas recibí más de lo que dí. Pero vienen, sí, vienen. Es cuestión de tiempo. Cada historia es especial, posee un encanto incomparable.
El amor es magia, no trates de encontrarle razón, no rompas el hechizo. Sólo vívelo y disfrútalo cuando esté a tu lado.
Cuando se asoma a nuestra existencia sentimos que vale la pena estar, tenemos una razón poderosa y enigmática para continuar este viaje. A todo le hallamos sentido y vivimos con una melodía imaginada que zumba en nuestro oído todo el día.
Leí por ahí que, en teoría, el amor verdadero es capaz de superar cualquier obstáculo y de hacerse más fuerte con los impedimentos que encuentra en el camino.
Ama a tu pareja, es decir, acéptala, valórala, respétala, dale afecto y ternura, admírala y compréndela.
Si no la tienes aún, no te desesperes, llegará...

Publicado en Mi Revista (Edición mensual que se produce en la ciudad de Baní)
Escrito por Felivia Mejía

sábado, 7 de febrero de 2009

Periodismo desde dos perspectivas distintas


Algunos de mis compañeros del Máster Joly de Periodismo y Comunicación y yo en nuestra primera visita al Diario de Sevilla escuchando las orientaciones del director del programa, Juan Luis Pavón.

Todo el transcurso del Máster estuvo marcado por la rapidez. Hasta el final. Un miércoles tuvimos la última clase y al otro día nos tocó presentar el proyecto final. El martes siguiente nos graduamos y unas horas después ya estábamos recibiendo orientaciones sobre el trabajo que desempeñaríamos en el Diario de Sevilla.
Empecé a laborar en ese diario el verano pasado, en la sección Vivir en Sevilla, donde se ofrecen los detalles de los eventos acontecidos en la ciudad -cursos, conciertos, exposiciones, actividades de recreación, celebraciones tradicionales- y se informa de temas de salud, ocio, entretenimiento, la agenda…
Vivir en Sevilla es algo compleja porque sus contenidos a veces rozan aquellos que realmente corresponden a las secciones Espectáculos o Cultura, así que a veces se armaba la disputa entre nosotros por algún tema.
Cuando me asignaron a esa sección lo primero que pensé fue: “Wao, voy en coche. Reportajes light, tranquilita en la redacción. Me pasaré un veranito sin coger mucho sol”.
¡Craso error! Sucede que me tocó un jefe bastante dinámico al que se le ocurrían los temas más estrafalarios. La verdad es que cada día cumplir con la agenda era un reto.
Mi mesa de trabajo estaba justo al lado de la del segmento Local. Esto me permitió conocer de cerca cómo se hace periodismo en esta área tan importante, dónde se tratan los temas que más tocan a los ciudadanos.
En una sección similar había trabajado antes en República Dominicana, en País del periódico El Caribe. Por eso, apoyada en mi experiencia, podía distinguir perfectamente el estrés en las miradas de mis colegas después de un día de intensa jornada.

Durante los seis meses en el Diario de Sevilla aprendí un periodismo diferente al que estaba acostumbrada, un ejercicio más cómodo, quizás. Pero no menos serio. Digo más cómodo porque mi jornada empezaba a media mañana, no tan temprano como en Santo Domingo, que desde las ocho de la mañana ya coinciden dos y tres ruedas de prensa a la misma hora. Entre las cosas que me llamaron mi atención destaco:

En el viejo continente conocí al 'periodismo del teléfono'. Una buena parte de las entrevistas se hacen por esa vía. La gente en la mayoría de los casos está presta a contestar sin objeción.
En Santo Domingo es toda una odisea encontrar a un funcionario o político disponible. Me sobran los dedos de mis manos al contar la cantidad de personas que siempre están dispuestas a contestar a la prensa por teléfono.

Otro aspecto es que en Sevilla no existe el superpoderoso equipo formado por periodista, fotógrafo y chofer.
El fotógrafo tiene su propia agenda y trabaja independiente al periodista. Esto a veces es un caos, porque no sabes qué tipo de foto te traerá el compañero. A veces escribes pensando en una imagen que luego no encuentras en el Millenium Picture (programa donde los fotógrafos descargan su trabajo).

Lo del transporte fue lo que me dejó anonadada. No me podía creer que yo debía llegar como pudiera al lugar de los hechos (a pié, en autobús o taxi ¡pagado de mi bolsillo!). Bueno, por lo menos descansé de la letanía de quejas sobre las malas condiciones de las flotillas de vehículos o la incomodidad con los choferes que sufrí en mi anterior trabajo.
Si ibas fuera de Sevilla tenías que llevar el comprobante del taxi o autobús que tomaras para reembolsarte el dinero a final de mes, nada de dietas o viáticos. Si te trasladabas en tu propio automóvil, debías llenar una ficha donde se detalla la cantidad de kilómetros recorridos y en base a eso te daban una cuota para los gastos de combustible.

La jornada en España tiene dos pausas importantes y cuasi sagradas: una para tomar café y otra para fumar.
Mis colegas españoles tomaban café como si fuera agua. En este caso, El Caribe les lleva ventaja. En el Diario de Sevilla no disponíamos de una señora tan amable como Doña Colón que te lo lleva con tanto cariño al escritorio, si no que era preciso salir a comprarlo a una cafetería o tomarlo de la máquina ubicada en el tercer piso.

Hay algunas cosas que permanecen invariables no importa la redacción en la que te encuentres. Por ejemplo, no cambia que la sección de Deportes sea la que siempre está más animada y graciosa. La celebración de la llegada del viernes como un regalo divino (si no te toca trabajar el fin de semana, claro). La soledad y el silecio del salón al mediodía. Está presente también la satisfacción personal cuando ves tu trabajo publicado (la satisfacción es mayor cuando publicas un reportaje denunciando algún abuso y al otro día te enteras de que se han tomado cartas en el asunto).

Asimismo, no cambian las discusiones entre colegas en torno a quién le corresponde tomar los días libres primero. Están las quejas por los bajos salarios –que pena que este aspecto también se repita hasta en euros-. Las eternas quejas por la lentitud con la que trabajan los ordenadores y por la falta de avanzadas tecnologías en las salas de redacción que permitan un trabajo más rápido y eficiente. En Sevilla también se escuchaban rabietas porque no funcionaba la fotocopiadora o la impresora justo cuando más las necesitabas.

Descubrí que no importa la sala de redacción que visites, te encuentras con el periodista chistoso, que siempre hace amena la jornada con sus cómicas ocurrencias; la periodista fashion, que no parece que va a la calle a cubrir ruedas de prensa de políticos criticando la gestión gubernamental, sino que se viste como para desfilar en una pasarela de moda; el periodista despistado, el hippie, el gruñón, el mandón… Los había en Sevilla y de cada uno de ellos también conocí un ejemplar en El Caribe.