miércoles, 29 de diciembre de 2010

Fragilidad

La vida es un conjunto de estaciones. Etapas que se superan, que terminan cuando menos esperas.
Todo tiene su tiempo. Todo se acaba.
Aquí estamos de paso. Nada nos pertenece, ni siquiera la vida.

viernes, 17 de diciembre de 2010

El valor de una joya preciosa

A Mayra la llamé para felicitarla por su cumpleaños. Teníamos como ocho meses desconectadas de nuestras actualidades. En el colegio éramos las mejores amigas. A medida que fuimos creciendo e involucrándonos en actividades distintas nos fuimos separando. Pero siempre estábamos presentes en fechas especiales, como los cumpleaños, o nos llamábamos de vez en cuando para saludarnos.
Mayra se puso eufórica con mi llamada. Yo también estaba feliz de hablarle. “Vamos a juntarnos que tengo cosas que contarte”, me dijo.
La semana siguiente nos vimos en un pequeño café. Entre capuchino –ella- y jugo de cereza –yo- empezamos la charla.
Después de aplaudirnos por los logros alcanzados en el ambiente laboral llegó el tema de los amores. Mayra me contó su decepción más reciente. Cuando nos juntábamos nos reíamos de los amores rotos pero en esta ocasión, en vez de brindis hubo lágrimas.
Qué rabia me dan esas historias de hombres mentirosos. Por un momento no supe qué decir. De mi boca lo primero que salió fue una serie de insultos dedicados al susodicho que osó chasquearle el corazón a mi amiga. “¡Ese idiota! ¿Qué se cree ese estúpido? Quisiera llamarle animal pero sería insultar a ese noble raza”, expresé totalmente indignada.
Después de los últimos sorbos a mi jugo de cereza la mente como que se me iluminó. Mayra me escuchó un discurso que la reconfortó.
Le dije: “Mayra, eres una hermosa india banileja, trabajadora, independiente, preparada, cariñosa, simpática... eres una joya preciosa. Y como tal mereces estar con quien te valore. No todo el que quiere tiene un diamante sino quien puede. Y cuando quien puede se decide a hacer una inversión para adquirirlo es porque conoce su alto valor.
Quien tiene una joya la cuida, la mima, la guarda en un lugar seguro y especial. Está orgulloso de su prenda y no duda en mostrar a los demás su satisfacción de tenerla. Se preocupa de conservar sus excelentes condiciones.
Eres una joya y si ese tipo no tiene la capacidad de apreciarte por lo que eres entonces no vale la pena que andes desperdiciando lágrimas por él. Hermana, él se lo perdió. ¡Ese bruto!”.
Me ha pasado como Mayra, que creo que el mundo se me acaba cuando se rompe una relación.  No se puede forzar al otro a que te ame. Que amemos con toda nuestra fuerza no es garantía de que la otra persona sienta lo mismo. Si alguien no nos quiere, pues creo hay que alejarse, si nos quedamos nos hacemos daño. Es una decisión dura, muy difícil pero lo más saludable.
Cuando alguien quiere bien, se preocupa por el bienestar del otro y lo último que quisiera es dañar.
Al final logré sacarle unas carcajadas a Mayra. De capuchino y jugo de cereza pasamos a chocar unas copas de vino. Fuimos felices. ¡Que vivan las mujeres!

domingo, 5 de diciembre de 2010

El nombre que perdí

Traté de recodar cómo era que le llamaba al aparato que me calentaba en esas noches frías. Me aterra rememorar aquellos inviernos crudos. Sufría mucho ese frío implacable. Las temperaturas tan bajas provocaban que me picara el cuerpo por la resequedad, sobre todo los muslos y la cara. 
¿Plancha? ¿Estufa? ¿Placa? ¿Panel? Ufff no recuerdo. Me preocupa, me entristece que haya olvidado el nombre de ese aparato que traía consuelo a mi cuerpo cuasi en hipotermia. 
 ¿Y no es que dicen que lo que se ama permanece para siempre? Pues aquí esa teoría no funcionó. Y mire que yo sí amaba ese aparato. Pensándolo mejor, no es que lo haya olvidado, es que no lo recuerdo del todo. Quizás si lo tengo enfrente se esfuman todas las dudas y todo vuelve a ser como antes.
La distancia quiebra, la cercanía une. 
Sus líneas se dibujan muy claras en mi memoria. Tenía tres tubos que se encendían como lámparas con una luz amarilla súper brillante. Una especie de malla metálica cubría la parte frontal. Era pequeña, de color blanco. La ponía en el suelo para encenderla al lado de mi cama, a los pocos minutos mi habitación estaba cálida.
Antes de su llegada, yo dormía con dos medias de lana hasta las rodillas, pijama de pantalón largo y dos abrigos de algodón. Y encima una frazada. Y encima el frío. De verdad, el frío no se iba.
Un par de noches llegué a llorar por la desesperación y la impotencia de no soportar el frío en esa casa sin calefacción, cuando afuera hacía menos cero grados.
Ella y yo –a ver, ahora la trato como femenina porque la nombro como “lámpara”- nos conocimos en el escaparate de una pequeña tienda que estaba camino a mi piso. Nueve euros pagué por tenerla. No podía creer que mi problema de frío tenía una solución tan económica. La compré de una vez. A la semana de usarla se dañó. Fui a la tienda y me la cambiaron.
La apreciaba tanto que cuando me mudé de país, a donde ese tipo de frío es desconocido, decidí que debía dejarla con una amiga querida, para sentirla cuidada y protegida, como ella hizo conmigo.
En el nuevo espacio que habito las "lámparas calientes" están de más, lo que procuro son ventiladores que refresquen mis días. Por eso ya no tenía necesidad de hablar de calentadores, "lámparas" u otros objetos parecidos.
Su figura regresó a mi presente porque leí en las noticias de la ola de frío que afecta a España.
Me angustia que no recuerde el nombre de aquella ¿Plancha? ¿Estufa? ¿Placa? ¿Panel? Porque así como a ella también podría borrar otras cosas o momentos o –pero aún- personas, y conservarlas solo como una imagen brillante en mi pensamiento que me trae alegría, pero de la que no atino posicionar en un contexto o no logre algo tan simple como pronunciar su nombre. Tengo miedo.