Es difícil de creer, pero sí, es cierto. Sí, paseo en este espacio casi a diario.
Lo sé, no lo parece. La más reciente actualización fue hace más de un mes.
Un click aquí y otro click allí repito casi todos los días, lo juro. Leo publicaciones anteriores que el tiempo ha dado sabor añejo para ver si regresan las ganas de escribir bonito. Desafortunadamente nada ocurre. Permanece inmóvil esa haraganería que conspira contra mi creatividad.
Vuelvo a la página de inicio marcada con fecha pasada. Me apena que la brisa no sople, que ya no refresque a sus invitados.
Este blog está tan triste como yo porque no entiende este abandono.
Se me ocurren muchos temas, pero mi alma no ordena a mis dedos que tecleen.
Tremenda catástrofe.
Musa, ¿A dónde te has ido sin mi consentimiento?
Detesto este desánimo y apatía.
Me digo: Calma, mujer, que cuando estás mal, estás mal. Y punto.
En el fondo sé que son excusas baratas de gente mediocre, por eso ¡NO ME SOPORTO!
Es la rutina. Sí, es la rutina que me tiene boba. Eso es, la rutina. Sí. Ese ir y venir por el mismo camino. Ese círculo que empieza a delinearse en la casa y sigue ampliándose hasta llegar al punto de la oficina y se cierra de regreso a la casa.
En eso estoy estos últimos días: casa-oficina-casa. Al día siguiente: casa-oficina-casa. Al día siguiente: casa-oficina-casa. Al día siguiente: casa-oficina-casa. Al día siguiente: casa-oficina-casa...
La locura que me invade.
Creo que nos ocurre a todos de vez en cuando.
Es horrible.
Es la señal de que necesito un cambio urgente, de que debo salir de la zona de confort en la que estoy estacionada y retomar el camino de la aventura.
Uufff! Espero que este letargo esté llegando a su final porque extraño mucho zumbar como el viento.
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