martes, 3 de mayo de 2011

Golpe duro al terrorismo


Recuerdo claramente qué hacía yo cuando cayeron las torres gemelas. Diez años después recuerdo todo como si ocurrió ayer.
Pasaban de las nueve de la mañana. Estaba en casa preparándome para irme a la universidad. Tenía la televisión encendida y en la cocina, como siempre, la radio sintonizaba una emisora de la frecuencia AM.
De repente, se interrumpió la música que se escuchaba en la cocina y en la televisión empezaron a presentar dos altos edificios de los que salía fuego y humo.
Llamé a mi madre para que viera la noticia. No entendíamos qué pasaba. Mami se puso nerviosa cuando entendió que se trataba de un ataque terrorista a los Estados Unidos.
“Dios mío, pero son las torres gemelas”, exclamó mi madre.
Sí, se trataba del World Trade Center. El edificio en el que mami había estado el verano anterior y del que quedó fascinada.
En el autobús que abordé rumbo a Santo Domingo le di seguimiento al trágico hecho sin proponérmelo. Creo que no quedó una sola emisora que no transmitió lo que ocurría. Todos los pasajeros íbamos en silencio, atentos a las informaciones.
Muchos se lamentaban, otros estaban nerviosos porque no sabía de la suerte de sus familiares que vivían en esa gran urbe estadounidense. En Baní casi todo el mundo tiene un pariente en “Nueba Yol”.
Al llegar a la universidad, se sentía el mismo ambiente de tristeza y consternación. El tema ocupó gran parte de la hora de clase.
Fue ese 11 de septiembre de 2001 cuando por primera vez escuché hablar de Osama Bin Laden. Me sumé a los que sentían el miedo de las acciones que podía emprender ese hombre al tiempo que sufrí la muerte de tantas personas inocentes.
¿Cómo un ser humano puede degradarse hasta llegar a convertirse en una amenaza para millones de personas en el mundo? No entiendo.
Es más, todavía me pregunto por qué ese odio tan grande hacia occidente –pues el repudio de Al Qaeda no está dirigido sólo a Estados Unidos-.
Por muchos días, quizás semanas, no se dejó de hablar de ese acto y de lamentar la muerte de las casi tres mil personas que ocupaban esos edificios emblemáticos del poder económico de la potencia norteamericana.
Ahora que conozco que ha muerto el temido Osama Bin Laden no sé si celebrar o qué. La verdad que la noticia no me alegró y me pregunto hasta qué punto es permitido celebrar la muerte de un ser humano, aunque se trate de un malvado.
Lo que sí es que he sentido una especie de tranquilidad, un alivio, al saber que ya no existe el promotor principal del terrorismo. Sin embargo, creo que con su muerte no se termina el terrorismo. Quizás es ahora cuando Estados Unidos debe estar más atento porque desconoce quien moverá las fichas del juego de Al Qaeda. Murió el maestro, pero los alumnos continúan vivos. Es mejor no descuidarse porque siempre hay un estudiante aventajado en el aula.

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