martes, 1 de junio de 2010
La vida en las carpas se enloda
Precariedad. Miles de damnificados del terremoto que devastó una parte de Haití el pasado 12 de enero continúan viviendo en condiciones de miseria en carpas ubicadas en los espacios públicos, a más de cuatro meses de la tragedia.
Anna Pierre y sus cinco hijos llevan tres noches seguidas sin dormir. La lluvia los desvela. Los chorros se cuelan por la carpa que le sirve de morada en la zona de Cahemaga, Puerto Príncipe. Al igual que sus vecinos, se pasa la madrugada apartando el agua que inunda los dos metros por tres donde reside.
El piso es de tierra. La carpa está ubicada en lo que era un terreno baldío antes del trágico sismo del reciente 12 de enero.
La misma suerte toca a los refugiados en la Plaza Boyer y a los pocos que quedan en el estadio de Fútbol. En general, es lo mismo en todas partes. Las carpas están tan pegadas unas con otras que casi no dejan espacio para trasladarse.
La gente que sobrevive en los campamentos se levanta muy temprano, cuando ni siquiera ha salido el sol. La primera tarea es remover el lodo espeso que en su interior se han formado estos días de constantes aguaceros y limpiar de alguna forma las pocas pertenencias que tienen, que en la mayoría de los casos, no pasa de una colchoneta y un par de raídas vestimentas. La segunda tarea es la más difícil, encontrar qué comer.
“Aquí no llega comida, no hay trabajo no hay dinero, nada. Estamos muy mal. Paso días sin comer. Tenemos hambre. Los niños están enfermos”, afirma Anna que perdió su casa en el sismo y a varios familiares.
Ese lamento repite la multitud apostada en las inmediaciones de lo que era el Palacio Presidencial. Dickenson Moulier, de 38 años, explica que la ayuda alimenticia no llega y que en algunas ocasiones se acerca una comisión del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) que solo entrega comida a los niños.
“Esto es muy triste. No tenemos a donde ir. No hay a quien pedir nada”, expresa Moulier en una mezcla de español y creole que apenas se puede entender.
El hacinamiento en esos campamentos improvisados constituye un problema de salud y también afecta la dignidad humana. Allí la privacidad es un derecho desconocido. Hombres y mujeres se bañan desnudos a la intemperie en medio de sus compañeros de penurias.
Este sábado hay alegría en la Plaza Boyer porque de uno de los grifos sale agua que les permite lavarse la mugre de barro acumulada en tres días. Celebran porque no es frecuente contar con ese servicio básico, pueden pasar semanas a secas hasta que un camión cisterna los sorprende con un poco de agua o llega por la única llave que tiene la plaza.
En esos laberintos estrechos no hay espacio para apartar duchas pero tampoco sanitarios. La gente evacua en fundas que luego deposita en un basurero, si acaso encontrara, de lo contrario, deja el paquete en reposo en cualquier rincón.
Se estima que unas 250 mil personas viven en ese tipo de campamentos en Puerto Príncipe donados por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), Agencia española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), organismos de las Naciones Unidas y otros.
La temporada de lluvias es la mayor preocupación de los damnificados mucho antes de que iniciara, porque de los huracanes anunciados para este año se pronostica que unos 14 podrían ser fuertes. El sismo destruyó los edificios que servían de refugio a las personas que residían en zonas vulnerables. Sin iglesias ni escuelas ni instituciones públicas, nadie se imagina donde podrá protegerse de las tormentas.
Las noticias resaltan las calamidades de Puerto Príncipe más que otras ciudades, por tratarse de la capital de Haití, donde funcionaba el centro económico, judicial y gubernamental de ese país. Sin embargo, damnificados en esta área indican que peores condiciones de vida se observan en Jacmel (8 kilómetros de Puerto Príncipe); Leogane, (30 km.); Petit Goave (50 km.); y Grand Goave, (40 km) ciudades desastrosamente impactadas en el terremoto de siete grados que devastó Haití y conmocionó al mundo.
Actividad comercial
En las zonas de campamentos se ubican algunos negocios informales, como la venta de ropas y calzados de segunda mano, golosinas, comestibles y hasta un centro de Internet y puestos para recargar la batería de teléfonos celulares. También, hay personas que tienen frituras, venden comida a la hora del almuerzo, entre otros negocios.
En esas zonas no hay energía eléctrica, de hecho ese servicio es bastante precario en las localidades que quedaron en pie. Como no cuentan con lámparas, por la oscuridad se torna peligroso merodear los campamentos en las noches.
Fotos: Juan Almánzar
Publicado en El Caribe
Anna Pierre y sus cinco hijos llevan tres noches seguidas sin dormir. La lluvia los desvela. Los chorros se cuelan por la carpa que le sirve de morada en la zona de Cahemaga, Puerto Príncipe. Al igual que sus vecinos, se pasa la madrugada apartando el agua que inunda los dos metros por tres donde reside.
El piso es de tierra. La carpa está ubicada en lo que era un terreno baldío antes del trágico sismo del reciente 12 de enero.
La misma suerte toca a los refugiados en la Plaza Boyer y a los pocos que quedan en el estadio de Fútbol. En general, es lo mismo en todas partes. Las carpas están tan pegadas unas con otras que casi no dejan espacio para trasladarse.
La gente que sobrevive en los campamentos se levanta muy temprano, cuando ni siquiera ha salido el sol. La primera tarea es remover el lodo espeso que en su interior se han formado estos días de constantes aguaceros y limpiar de alguna forma las pocas pertenencias que tienen, que en la mayoría de los casos, no pasa de una colchoneta y un par de raídas vestimentas. La segunda tarea es la más difícil, encontrar qué comer.
“Aquí no llega comida, no hay trabajo no hay dinero, nada. Estamos muy mal. Paso días sin comer. Tenemos hambre. Los niños están enfermos”, afirma Anna que perdió su casa en el sismo y a varios familiares.
Ese lamento repite la multitud apostada en las inmediaciones de lo que era el Palacio Presidencial. Dickenson Moulier, de 38 años, explica que la ayuda alimenticia no llega y que en algunas ocasiones se acerca una comisión del Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) que solo entrega comida a los niños.
“Esto es muy triste. No tenemos a donde ir. No hay a quien pedir nada”, expresa Moulier en una mezcla de español y creole que apenas se puede entender.
El hacinamiento en esos campamentos improvisados constituye un problema de salud y también afecta la dignidad humana. Allí la privacidad es un derecho desconocido. Hombres y mujeres se bañan desnudos a la intemperie en medio de sus compañeros de penurias.
Este sábado hay alegría en la Plaza Boyer porque de uno de los grifos sale agua que les permite lavarse la mugre de barro acumulada en tres días. Celebran porque no es frecuente contar con ese servicio básico, pueden pasar semanas a secas hasta que un camión cisterna los sorprende con un poco de agua o llega por la única llave que tiene la plaza.
En esos laberintos estrechos no hay espacio para apartar duchas pero tampoco sanitarios. La gente evacua en fundas que luego deposita en un basurero, si acaso encontrara, de lo contrario, deja el paquete en reposo en cualquier rincón.
Se estima que unas 250 mil personas viven en ese tipo de campamentos en Puerto Príncipe donados por la Agencia de Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (Usaid), Agencia española de Cooperación Internacional para el Desarrollo (Aecid), organismos de las Naciones Unidas y otros.
La temporada de lluvias es la mayor preocupación de los damnificados mucho antes de que iniciara, porque de los huracanes anunciados para este año se pronostica que unos 14 podrían ser fuertes. El sismo destruyó los edificios que servían de refugio a las personas que residían en zonas vulnerables. Sin iglesias ni escuelas ni instituciones públicas, nadie se imagina donde podrá protegerse de las tormentas.
Las noticias resaltan las calamidades de Puerto Príncipe más que otras ciudades, por tratarse de la capital de Haití, donde funcionaba el centro económico, judicial y gubernamental de ese país. Sin embargo, damnificados en esta área indican que peores condiciones de vida se observan en Jacmel (8 kilómetros de Puerto Príncipe); Leogane, (30 km.); Petit Goave (50 km.); y Grand Goave, (40 km) ciudades desastrosamente impactadas en el terremoto de siete grados que devastó Haití y conmocionó al mundo.
Actividad comercial
En las zonas de campamentos se ubican algunos negocios informales, como la venta de ropas y calzados de segunda mano, golosinas, comestibles y hasta un centro de Internet y puestos para recargar la batería de teléfonos celulares. También, hay personas que tienen frituras, venden comida a la hora del almuerzo, entre otros negocios.
En esas zonas no hay energía eléctrica, de hecho ese servicio es bastante precario en las localidades que quedaron en pie. Como no cuentan con lámparas, por la oscuridad se torna peligroso merodear los campamentos en las noches.
Fotos: Juan Almánzar
Publicado en El Caribe
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