jueves, 1 de julio de 2010

Esa insistencia mía

Tengo la sensación de que me saturé de lecturas de Carlos Cuauhtémoc Sánchez. Demasiado Juventud en éxtasis, Volar sobre el pantano, La fuerza de Sheccid.
Temo que me colmé de grupos juveniles de la iglesia y jornadas vocacionales de tres días con las monjas, campamentos de verano de estudios bíblicos.
También, creo que me pasé de dosis de películas románticas con finales felices, de cuentos clásicos infantiles que todavía se empolvan en mi librero… La cenicienta, La bella y la bestia, Blancanieves y los siete enanitos…


De nada me valió internarme solitaria en el continente europeo, con oportunidad para desechar prejuicios. Parece que ningún efecto produjo que respirara el humo mezclado de tabaco y porro de España.
Los viajes a Nueva York tampoco sirvieron para desintoxicarme de mi pensamiento perfeccionista y exigente, conmigo y con los demás.
De poco ha valido ser periodista, enterarme de la realidad social, conocer casos asombrosos.
No es que me queje tanto, pero ahora veo que estoy pagando las consecuencias. Por cierto, muy caro. Sufro mucho las decepciones. Me dejan boquiabierta las acciones de gente oportunista. Entonces, sucede que uno se pone en alerta y se convierte en selectivo. "Con este sí, con aquella no".
Uno vive experiencias que te sacuden con fuerza para traerte al mundo, esa triste realidad oscura, corrupta, cruel, que asusta y que uno piensa que sólo pasa en las películas de Hollywood. La vida te hace volver al pie del cañón, tomar las armas, te reintegra al combate de gente que miente, que engaña, que enreda. Eso existe, es real. El edén es el pasado que no vuelve. Suficiente como para reaccionar, pero para mí no basta.
Vuelvo a mirar las injusticias. ¡Qué mal! Y por eso también vuelvo a internarme en mi caparazón optimista y a confiar en la gente, a creer en las promesas –aunque me pese después y repita la rutina de decepción-.
La vida me devuelve a la tierra, me muestra el otro lado, y yo vuelvo flotar en mi propio planeta, en el que me doy permiso para admirar con inocencia la belleza de la naturaleza y tenderle una mano desinteresadamente a quien me solicita. Porque me resisto a creer que todo esté perdido. Y Dios que me libre de perder esa capacidad porque entonces sería parte de esa gente oportunista. No sería feliz.
Creo que todo sucede por una razón. Aunque uno no lo entienda en ese momento y sólo vea desgracia y catástrofe, al final todo obra para bien. Las decepciones son experiencias que te hacen más fuerte.
Confieso que creo en los finales felices y en los “juntos para siempre”. No sé si será bueno. No sé si estará mal. A pesar de todo, todavía creo en los cuentos de hadas. De lo contrario, viviría sin ilusión, esperando siempre lo peor. Esa magia es lo mínimo que puede uno conservar, es como la esperanza de que todo irá mejor, que por más tristezas que uno pase no puede perder.

2 comentarios:

mariateresamorel.blogspot.com dijo...

Mana, me ha encantado esta entrada..y tienes razón, a pesar de las desilusiones y decepciones que nos trae la vida no podemos perder la ilusión, esa chispa que nos hace soñar y creer en la gente, en vivir y luchar por el amor y la amistad. Lo mejor está por llegar, no lo dudes. Un beso

Felivia dijo...

Mi querida Maritere,
Gracias por la visita! Tu buena vibra siempre me anima. Yo también creo que lo mejor está por llegar!
Abrazos :)