Cuando era inminente la derrota del Ejército Restaurador en Santiago de los Caballeros, desvaneciéndose así el sueño de independencia de España, el general Gaspar Polanco llamó a un soldado de Licey y le dio sus órdenes secretas.
Antes de revelar esas órdenes que, en la hora crítica, cambiaron el curso de la guerra, contaré una anécdota revolucionaria.
Al alba del 3 de septiembre de 1863 la soldadesca española de Santiago se encontraba en la fortaleza San Luis, recibiendo la furia de los cañones nacionalistas ubicados en el Castillo.
En San Luis había una mujer dominicana cocinándoles a los españoles, pero tenía un hijo en la revolución.
Un soldado español humillaba la cocinera porque le hirvió un huevo sin sal. En eso una bala se llevó la cocina y el fogón.
La mujer orgullosa de su causa, vengándose del español le dijo: –no quería usted sal, ahí le mandan una poquita. Mientras eso pasa, la temida columna del general Juan Suero y del coronel español Mario Cappa marchaba de Puerto Plata a Santiago.
En Hojas Anchas le cerró el paso la guerrilla de Juan Nuezi (Lafit). El ataque fue tan rudo que obligó a Cappa y Suero a devolverse a Puerto Planta a recoger municiones.
De regreso a Santiago volvió a ser atacada en Hojas Anchas, en el río Bajabonico, Cuesta el Balazo, por la misma guerrilla. Latif, al verse impotente por no atajar la poderosa tropa, él mismo corrió a Santiago a avisar del peligro.
Cuenta el profesor Juan Bosch que Latif intuyó que la revolución estaba en peligro de muerte si la columna de Suero y Cappa llegaba a Santiago.
Latif llegó a Santiago el 5 de septiembre en la madrugada y la información que suministró causó confusión en los nacionalistas.
Lo natural, dice el investigador Pedro Archambault, era considerarse perdido ante un formidable ataque por la retaguardia de tropa fresca y la dificultad de tomar el fuerte San Luis por la férrea resistencia española.
Encabritando su caballo, blandiendo su sable, echando chispa por los ojos y candela por la boca, Gaspar Polanco dijo: “le tengo a Suero el as de triunfo”. Llamó a Juan Burgos de Licey y dio sus órdenes secretas: incendiar la ciudad de Santiago.
Corrió Burgos por la calle del Vidrio (la Mella) hasta cerca del fuerte y prendió fuego a una casa bajo las metrallas españolas.
La misma orden cumplía Agustín Pepín pegando fuego al almacén de Achille. El 6 de septiembre de 1863 la brisa del este era fuerte, en breve Santiago ardía por los cuatro costados.
Santiago fue reducido a cenizas quedando los españoles como pájaro sin nido, ni alimento, sin el control de una zona estratégica.
El incendio de Santiago marcó la derrota española obligándolos a huir a Puerto Plata bajo el asedio de las guerrillas nacionalistas en un vía crucis de muerte que le costó más de mil bajas a los invasores.
Roberto Valenzuela es periodista
rvalenzuela@elcaribe.com.do
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