domingo, 26 de octubre de 2008
Cinco lustros después
Más de un cuarto de siglo de mi vida -matizado por etapas de decepciones y angustias, satisfacciones y alegrías- tuvo que pasar para que entendiera que no todo lo que exige el texto de Urbanidad debe ser, al pie de la letra, lo que dirija nuestro comportamiento.
Ya me lo habían advertido algunas experiencias poco agradables pero me costaba entender.
Creo que cada quien debe de tener su propio manual de actuación, que especifique sus reglas para llevar una vida grata, en coherencia y armonía con sus deseos y forma de ser.
Cinco lustros después termino de entender que no se puede complacer a todo el mundo y que tampoco siempre lo que está supuesto a ser “lo correcto”, por cuestiones de cortesía, moral o educación, es lo que hay que hacer.
Pienso que cada quien tiene que actuar conforme a lo que siente y de la manera más responsable posible, por si acaso con su actitud “fuera del libro” pudiera dañar al prójimo.
He tratado de vivir conforme a lo que quiero y crear mi propia filosofía de vida, pero muchas veces me frena esa importancia que -como inherente- guardamos para “el que dirán” o simplemente me piso el freno porque recuerdo que me enseñaron “que eso no se hace”.
Tengo el propósito de vivir no para agradar a otros ni porque es lo que “se debe hacer”.
Estoy fuera de la especie de gente que aún sabiendo las consecuencias que trae su comportamiento no hace nada para cambiarlo, de la gente que prefiere sentarse a suspirar y quejarse de lo que pudo haber sido y no fue.
No soporto a las personas que se autocompadecen en vez de enfrentarse a la realidad y luchar por mejorar, a aquellas que procuran provocar lástima en los demás como forma de excusar su poca vergüenza. Esas lágrimas no merecen pañuelo que las acoja, porque son fruto de la cobardía y la falta de voluntad para luchar por lo que anhelan.
Muchas veces me ha tocado, y la verdad es que lo detesto, tener que coordinar frases empezando por “Si yo hubiera…”
Si yo… ¿y por qué no? Si puedo hacerlo.
Si depende de mí, pues adelante.
Siento que las cadenas son cada vez más ligeras… poco a poco me libero.
Ya me lo habían advertido algunas experiencias poco agradables pero me costaba entender.
Creo que cada quien debe de tener su propio manual de actuación, que especifique sus reglas para llevar una vida grata, en coherencia y armonía con sus deseos y forma de ser.
Cinco lustros después termino de entender que no se puede complacer a todo el mundo y que tampoco siempre lo que está supuesto a ser “lo correcto”, por cuestiones de cortesía, moral o educación, es lo que hay que hacer.
Pienso que cada quien tiene que actuar conforme a lo que siente y de la manera más responsable posible, por si acaso con su actitud “fuera del libro” pudiera dañar al prójimo.
He tratado de vivir conforme a lo que quiero y crear mi propia filosofía de vida, pero muchas veces me frena esa importancia que -como inherente- guardamos para “el que dirán” o simplemente me piso el freno porque recuerdo que me enseñaron “que eso no se hace”.
Tengo el propósito de vivir no para agradar a otros ni porque es lo que “se debe hacer”.
Estoy fuera de la especie de gente que aún sabiendo las consecuencias que trae su comportamiento no hace nada para cambiarlo, de la gente que prefiere sentarse a suspirar y quejarse de lo que pudo haber sido y no fue.
No soporto a las personas que se autocompadecen en vez de enfrentarse a la realidad y luchar por mejorar, a aquellas que procuran provocar lástima en los demás como forma de excusar su poca vergüenza. Esas lágrimas no merecen pañuelo que las acoja, porque son fruto de la cobardía y la falta de voluntad para luchar por lo que anhelan.
Muchas veces me ha tocado, y la verdad es que lo detesto, tener que coordinar frases empezando por “Si yo hubiera…”
Si yo… ¿y por qué no? Si puedo hacerlo.
Si depende de mí, pues adelante.
Siento que las cadenas son cada vez más ligeras… poco a poco me libero.
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