Por Felivia Mejía
Los mandamientos de Dios a los hombres yo los resumo en sólo un verbo: Amar. Pero no simplemente amar por amar, sino ejecutar esta acción con la mayor honestidad y con toda nuestra fuerza posible.
Empecemos por querernos y aceptarnos nosotros mismos. Si yo no me quiero, no podré querer tampoco a mi vecino; no se puede dar lo que no se tiene. Entonces cuanto más me estimo en igual proporción podré sentir igual por los otros.
Cuando realmente amamos a nuestro prójimo no queda espacio para la arrogancia, la vanidad, el odio, la maldad, la envidia, la codicia, la venganza, el rencor ni para ningún otro despreciable sentimiento.
Cuando el corazón nos rebosa de amor sincero, sin complicaciones se divisa la luz que brilla en nosotros. Resulta fácil la convivencia entre nuestros semejantes y se está siempre presto a enseñar y a aprender de los demás.
Cuando en nosotros existe este tipo de amor no hay dificultad para comprender y aceptar las propias imperfecciones y las de los otros. Y es que no existe Ser Humano perfecto, esta cualidad sólo la posee Dios, que es un Ser Supremo, omnipotente y omnipresente.
Debido a las imperfecciones de cada uno surgen los conflictos, porque aunque somos de iguales razas cada quien tiene caracteres diferentes que hay que aprender a sobrellevar. Por tanto, no pretendamos ser comprendidos siempre, procuremos también comprender.
La Biblia en Proverbios 17:14 dice: “Comenzar un pleito es como abrir una represa, retírate antes de que se acalore la situación”. Pero si en todo caso no pudiste alejarte a tiempo, no te enojes fácilmente, el enojo habita en el corazón del insensato (Eclesiastés 7:9).
Hagamos uso del amor que llevamos dentro en esos momentos turbulentos compartiéndolo con esa persona conflictiva, nadie necesita más afecto que ella, que no es capaz de ofrecerlo. Recordemos que Jesús nos ordenó: “Ámense los unos a los otros” (Juan 15:17), “Ama a tu prójimo como a ti mismo” (Lucas 10:27).
En todo tiempo amemos al amigo y será como un hermano en tiempo de angustia Proverbios 17). No importa que nos haya herido, ofendido, humillado, traicionado o decepcionado. Más sufrió Jesús y nunca dejó de querernos, siempre estuvo dispuesto a sacrificarse.
Sé que es difícil. Porque cuando nos hieren y sentimos ese intenso dolor que nos maltrata el alma, que nos desenchufa la cordura, pensamos que sólo haciendo lo mismo al causante de nuestro sufrimiento sentiremos alivio.
Sin embargo, esto es falso. Lejos de satisfacción nos queda un terrible remordimiento que tratamos de ocultar expresando conformidad, porque sabemos cuánto duele lo que hicimos.
Esperemos a que las aguas regresen a su nivel antes de tomar una decisión y evitemos sacar el bote para pasear en el mar revuelto, así el recorrido no nos dejará una desagradable experiencia y evadimos el susto del peligro.
Para terminar comparto un mensaje que me enviaron a mi dirección electrónica (no recuerdo quién, pero le agradezco el gesto):
Cuando alguien nos lastima debemos escribirlo en la arena, donde los vientos del perdón puedan borrarlo. Pero cuando alguien hace algo bueno por nosotros, debemos grabarlo en piedra donde ningún viento pueda quitarlo. Aprendamos a escribir las heridas en la arena y grabar en piedra las venturas.
Recordemos que en todo lugar están los ojos Yavé observando a buenos y malos.
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