viernes, 29 de enero de 2010
De las sorpresas que da el amor
La historia de Nosotros empezó y terminó hace un buen tiempo. Pero esta tarde el pasado se volvió presente. Nos topamos en el pasillo de un centro comercial. Ambos quedamos sorprendidos al reconocernos. Un simple “Hola” nos reunió en una breve conversación en la que sólo indagamos el estado de ánimo actual de cada uno, a pesar del tiempo que teníamos sin vernos. Después, un breve abrazo sin efusividad cerró el reencuentro.
Al verlo partir se recrearon en mi pensamiento imágenes de los momentos en que los pronombres Tú y Yo se fundieron en un Nosotros. Y todavía no salgo de mi asombro como los pronombres recobraron su autonomía al punto de que a ninguno de los dos les interesa saber qué hay de nuevo en la vida del otro.
¿Que cómo me conquistó aquella vez? Mmmm… Ni yo misma sé.
No hizo nada, absolutamente nada para llamar mi atención, coquetearme o seducirme. ¿Para enamorarme? Menos.
Te lo aseguro, no hizo nada. Nada. Y, sin embargo, lo logró.
Quizás sin proponérselo me robó para guardarme en su bolsillo hipnotizada como una zombi.
Un amigo en común llevaba dos semanas diciéndome que alguien me quería conocer, no me daba detalles, solo me decía “tengo un amigo que me pregunta sobre ti”. Yo, curiosa, le reclamaba por qué no terminaba de presentármelo.
Cuando llegó el día de tenerlo frente a frente me pareció hasta torpe y un poco soso. No tenía la figura que me hace voltear a ver a un chico, tampoco la gracia suficiente como para caer bien a la primera.
Era un combo completo de lo que no me atrae y me hizo de todo como para yo dejarlo a un lado e ignorarlo.
Aquí les cuento para que ustedes saquen sus conclusiones.
El viernes que supuestamente sería nuestra primera cita, me avisó un par de minutos antes de la hora pautada para cancelar. O sea, me dejó plantada con los tacones puestos, mis jeans explosivos preparados para la acción y un maquillaje revolucionario que hasta yo dudaba de mi verdadera apariencia. –Razón más que suficiente para rechazarle otra invitación-.
En la una segunda cita, le jura a Dios que yo debo ir a su casa a visitarlo porque él tiene mucho que estudiar y está cansado. “¿Qué se cree este tipo? Por menos de ahí le he dado yo un escobazo a más de uno”, pensé. -Razón número dos que en otras circunstancias coronó con una botada a otros aspirantes de mi amor-.
El día que por fin pudimos decirnos más que un hola, fue la noche que se apareció en mi casa, como tres semanas después del primer plantón. Y ni bien iniciamos el diálogo cuando me interrumpe y me dice: “Eres bonita, ¿quieres besarme?”. O sea, una cosa de locos. -Razón número tres para creer que es un aprovechado que no vale la pena-
Entre otras barbaridades que ahora hasta me parecen jocosas pero que en su momento me hicieron sentir indignada y me llevaron a calificarlas como descabelladas. Imagínense, ¿cómo no caer? Cuando el amor decide juntar dos resulta un pegamento más poderoso que el coquí.
Ignora los requisitos que te planteas debe cumplir tu chico ideal.
Y así andaba yo sin poder explicarlo: feliz, enamorada, derretida por su risa franca, embobada de su sonrisa brillante, perdida en sus ojos de pícaro bueno, queriendo su sinceridad y deseando sus besos que consideraba multivitaminas.
El tiempo en el que Tú y Yo se fundió en Nosotros él no dejó de decir “estás bonita”, pero ya no preguntaba si lo quería besar. Esa última parte estaba de más, mi respuesta positiva se la había aprendido de memoria.
Al verlo partir se recrearon en mi pensamiento imágenes de los momentos en que los pronombres Tú y Yo se fundieron en un Nosotros. Y todavía no salgo de mi asombro como los pronombres recobraron su autonomía al punto de que a ninguno de los dos les interesa saber qué hay de nuevo en la vida del otro.
¿Que cómo me conquistó aquella vez? Mmmm… Ni yo misma sé.
No hizo nada, absolutamente nada para llamar mi atención, coquetearme o seducirme. ¿Para enamorarme? Menos.
Te lo aseguro, no hizo nada. Nada. Y, sin embargo, lo logró.
Quizás sin proponérselo me robó para guardarme en su bolsillo hipnotizada como una zombi.
Un amigo en común llevaba dos semanas diciéndome que alguien me quería conocer, no me daba detalles, solo me decía “tengo un amigo que me pregunta sobre ti”. Yo, curiosa, le reclamaba por qué no terminaba de presentármelo.
Cuando llegó el día de tenerlo frente a frente me pareció hasta torpe y un poco soso. No tenía la figura que me hace voltear a ver a un chico, tampoco la gracia suficiente como para caer bien a la primera.
Era un combo completo de lo que no me atrae y me hizo de todo como para yo dejarlo a un lado e ignorarlo.
Aquí les cuento para que ustedes saquen sus conclusiones.
El viernes que supuestamente sería nuestra primera cita, me avisó un par de minutos antes de la hora pautada para cancelar. O sea, me dejó plantada con los tacones puestos, mis jeans explosivos preparados para la acción y un maquillaje revolucionario que hasta yo dudaba de mi verdadera apariencia. –Razón más que suficiente para rechazarle otra invitación-.
En la una segunda cita, le jura a Dios que yo debo ir a su casa a visitarlo porque él tiene mucho que estudiar y está cansado. “¿Qué se cree este tipo? Por menos de ahí le he dado yo un escobazo a más de uno”, pensé. -Razón número dos que en otras circunstancias coronó con una botada a otros aspirantes de mi amor-.
El día que por fin pudimos decirnos más que un hola, fue la noche que se apareció en mi casa, como tres semanas después del primer plantón. Y ni bien iniciamos el diálogo cuando me interrumpe y me dice: “Eres bonita, ¿quieres besarme?”. O sea, una cosa de locos. -Razón número tres para creer que es un aprovechado que no vale la pena-
Entre otras barbaridades que ahora hasta me parecen jocosas pero que en su momento me hicieron sentir indignada y me llevaron a calificarlas como descabelladas. Imagínense, ¿cómo no caer? Cuando el amor decide juntar dos resulta un pegamento más poderoso que el coquí.
Ignora los requisitos que te planteas debe cumplir tu chico ideal.
Y así andaba yo sin poder explicarlo: feliz, enamorada, derretida por su risa franca, embobada de su sonrisa brillante, perdida en sus ojos de pícaro bueno, queriendo su sinceridad y deseando sus besos que consideraba multivitaminas.
El tiempo en el que Tú y Yo se fundió en Nosotros él no dejó de decir “estás bonita”, pero ya no preguntaba si lo quería besar. Esa última parte estaba de más, mi respuesta positiva se la había aprendido de memoria.
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